La Santa, un cuento de Gabriel García Márquez
21 de abril de 2005
Según cuenta en uno de sus más memorables artículos de prensa, títulado La larga vida feliz de Margarito Duarte y publicado en 1981, él se encontraba alojado en una habitación contigüa a la del tenor colombiano Rafael Ribero Silva, en una pensión del barrio de Parioli, cerca de la Villa Borghese, cuando apareció el supuesto Margarito Duarte, como quien llega en busca de su autor.
El cónsul de Colombia lo había enviado a donde Ribero Silva para que le buscara alojamiento en su pensión. Ese día Margarito Duarte les contó a los dos la historia del milagro de la santa, de las peripecias de su viaje y de sus objetivos en Roma. Había llegado desde su lejano pueblo de los Andes colombianos, gracias a una colecta pública, por un motivo muy concreto: conseguir la canonización de su hija, muerta a los siete años...
Su historia no podía ser más rocambolesca. Casado y padre de una hija, un día la madre y la niña murieron en un accidente. Pasados doce años del trágico suceso, hubo que trasladar las tumbas al nuevo cementerio del pueblo, y Margarito se encontró con la sorpresa de que, mientras en el féretro de su esposa sólo había cenizas, en el de la niña el cadáver estaba igualito que el día del entierro y "olía a rosas".
En el pueblo todos estaban convencidos de que la incorruptibilidad del cuerpo era un síntoma claro de santidad. Ni corto ni perezoso, Margarito metió el cuerpo de su hija en un baul y se marchó con él a Roma para que a su hija la hicieran santa...
Lo que nunca sospechó Margarito Duarte es que este viaje lo iba a convertir en cautivo de Roma para el resto de su vida, empeñado en una labor titánica y dispendiosa, cuya meta final debía ser una entrevista personal con el Papa, en aquel momento Pío XII. Pero el pontífice no lo recibió, ni tampoco sus sucesores... De hecho, nunca hubo noticia de que algún Papa hubiera sabido del "milagro".
Cuando veinte años después García Marquez se lo volvió a encontrar, Margarito Duarte era ya un hombre viejo y de pelo blanco, pero con una tenacidad de picapedrero, y puesto que el cadáver de su hija no se descomponía ni tenía cambio alguno, él continuaba esperando la audiencia papal. Tanta obstinación llevó a García Márquez a concluir que, en realidad, "el santo era él"...
Esta historia, que el autor colombiano convertiría en uno de sus Doce cuentos pereginos, fue llevada al cine en 1989 por Lisandro Duque con el título Milagro en Roma. La película no está basada en el cuento, que aun no se había publicado, sino en el artículo periodístico que le dió base.
"Milagro en Roma" es en mi opinión una película muy interesante y divertida, que no desmerece para nada al talento de García Marquez, que de hecho colaboró con el director. Ambos encontraron el punto exacto en que el relato puede saltar de la tragicomedia absurda al milagro poético de una resurrección, no sólo posible, sino "necesaria" a nuestros ojos. El espectador cree en el "milagro" por un habilidoso guión donde la santa no es la niña, sino la absoluta terquedad y dedicación del padre.
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