Enamoradas de África
7 de febrero de 2010
La escritora danesa Karen Blixen llegó a Kenia en 1914 y desde el primer momento se sintió cautivada por la grandeza de los paisajes que la rodeaban y la sabiduría de los nativos. Cuando 17 años más tarde, enferma y arruinada, se vio obligada a abandonar su granja al pie de las colinas de Ngong, se refugió en su casa natal de Dinamarca, donde tranformó sus recuerdos africanos en un libro inolvidable, Lejos de África, firmado con el seudónimo masculino de Isak Dinesen. A pesar de que su vida de granjera no fue tan idílica como plasmó en su libro, hasta el día de su muerte, que se produjo en 1962, vivió con el recuerdo de África: "Tengo la sensación de que en el futuro, me encuentre donde me encuentre, me preguntaré siempre si estará lloviendo en Ngong", confesó.
Al igual que la baronesa Blixen, otras viajeras realizaron estudios de campo entre las tribus, exploraron regiones ignotas y capturaron ejemplares de la fauna africana para los museos de historia natural en la actual Kenia. Eran damas intrépidas y poco convencionales, que hasta en las selvas remotas mantenían sus más arraigadas costumbres: tomaban el té de las cinco, se vestían formalmente para cenar y decoraban sus casas con muebles traídos desde Europa. Pero también sabían cabalgar, llevar una granja, cazar con arco, disparar un fusil, organizar un safari y edificar un hogar en la región más inhóspita de la tierra. Algunas tuvieron el valor de alzar su voz contra el racismo y el opresivo sistema colonial de la época.
La dama de los cielos
En aquella Kenia colonial de aristócratas aventureros, solitarios cazadores blancos y rudos granjeros, mujeres como Beryl Markham no podían pasar inadvertidas. Esta audaz inglesa fue la primera piloto profesional de África. En su libro autobiográfico resumía así su vida en el exótico continente: "Desde mi llegada al África Oriental Británica (Kenia) a la edad indiferente de cuatro años, donde pasé mi juventud cazando cerdos salvajes descalza con los nandi, luego amaestrando caballos de carreras para ganarme la vida y poco después sobrevolando Tanganika y las tierras de breña áridas, entre los ríos Tana y Athi en busca de elefantes, me he sentido tan felizmente provinciana que era incapaz de hablar con inteligencia sobre el aburrimiento de la vida hasta que fui a vivir un año a Londres".
De Beryl se decía que podía usar la lanza como un guerrero masai, montar como un jinete irlandés, volar como Charles Lindberg, seducir como una hurí y escribir mejor que Hemingway. Era una mujer elegante y esbelta, de rubia melena y facciones angulosas. Su vida privada era motivo de continuos rumores entre los colonos británicos, aunque a ella su fama de devoradora de hombres le importaba bien poco. Se casó en tres ocasiones, pero nunca dejó de vivir apasionados romances, incluido uno con el duque de Gloucester, hermano del príncipe de Gales, a quien conoció en la primera visita de ambos a Kenia.
Cuando en 1936 la Dama de los Cielos, como la llamaban sus admiradores, aceptó en una cena el reto de atravesar volando en solitario el Atlántico Norte de este a oeste, sus amigos creyeron que había perdido la razón. Aunque no consiguió llegar a Nueva York y realizó un aterrizaje forzoso en Nueva Escocia, fue recibida en la ciudad de los rascacielos como un auténtica heroína.
Había volado en la estrecha cabina de su Vega Gull veintidós horas seguidas, más de la mitad de noche, y sobre el océano. Tras esta experiencia no volvió a volar, pero unos años después publicó el libro Al oeste con la noche, donde narraba su experiencia y su infancia entre los nativos nandi. El libro, publicado en 1942, se convirtió en un auténtico éxito de ventas. A Ernest Hemingway le pareció, junto a "Lejos de África", de Karen Blixen, uno de los relatos más poéticos y evocadores escritos sobre el continente.
En realidad, las dos autoras coincidieron en la Kenia de aquellos locos años veinte de juergas, cacerías y safaris regados con champán, aunque eran bien distintas. Beryl se sentía como una "masai blanca" y conocía en su propia piel la dura y solitaria vida de pionera en tierras africanas, mientras que Karen Blixen era una aristócrata terrateniente con un idea muy romántica del continente negro. Vivía en una hermosa mansión de las Tierras Altas de Kenia rodeada de sirvientes y con todo el confort de los de su clase. Se enamoró de la grandeza de sus paisajes, pero también supo ver la dignidad y el valor de los nativos. Las dos eran mujeres extraordinarias y atípicas de la sociedad colonial británica con algo en común: su amor a África y al mismo hombre: Denys Finch-Hatton.
La audacia de una científica
En 1924, la estadounidense Delia Akeley se empeñó en cruzar sola el continente africano de costa a costa, sin ayuda de guías ni cazadores blancos. La noticia causó una gran expectación y fue tomada a broma por los exploradores más veteranos. La prensa escrita explotó hasta la saciedad la historia de la elegante dama que en plena madurez emprendía un peligroso viaje al África más salvaje. Tenía casi 50 años y parecía más una institutriz que una exploradora curtida en importantes expediciones científicas. Sin embargo, el Museo de Artes y Ciencias de Brooklyn le había encargado capturar ejemplares de la fauna africana y realizar estudios antropológicos de las tribus. Era la primera vez que una institución científica financiaba una expedición liderada por una mujer.
Si Delia Akeley se enfrentaba a este temerario reto era porque añoraba los safaris y necesitaba dinero. Durante 21 años fue la esposa a la sombra del famoso científico y explorador Carl Akeley, director del Museo de Historia Natural de Nueva York y toda una institución en EEUU. Juntos viajaron en dos ocasiones al África central (en 1905 y 1909), y algunos de los elefantes más imponentes de este museo los cazó Delia.
Se divorciaron en 1923, y en el ecuador de su vida la exploradora quería retomar sus investigaciones sobre los pueblos primitivos y convivir en la selva con los pigmeos. Sabía que una mujer sola era mejor recibida que un hombre entre las tribus africanas: "Desde mi primera experiencia con las tribus primitivas del Africa central, hace ya 22 años, he tenido la firme convicción de que si una mujer se aventurara sola, sin escolta armada, y viviera en los poblados, podría hacer amistad con las mujeres y conseguir información muy valiosa sobre sus costumbres".
La esperaban 11 duros meses de travesía desde la costa oriental africana, pasando por Kenia, Uganda y el Congo Belga (Zaire), para llegar a Boma, en la costa atlántica, un viaje que David Livingstone había realizado en 1854 en dirección contraria. Delia Akeley repitió la hazaña y demostró al mundo que una mujer podía atravesar el continente negro armada únicamente de mucho valor y la voluntad de entender a los africanos.
La aventurera del documental
Osa Johnson era una casi una estrella de Hollywood cuando llegó a Nairobi en 1921, junto a su esposo Martin, con el encargo de realizar un documental sobre las especies más amenazadas por la caza mayor. El estreno en Nueva York de su primera película, rodada en los Mares del Sur, donde aparecía sonriente, vestida con un pareo y rodeada de fieros caníbales desnudos, ya había causado una revolución.
Martin Johnson acababa de encontrar un auténtico filón cinematográfico, y Osa se convirtió, gracias al talento del gran cineasta, en una heroína de carne y hueso. Su feminidad, la naturalidad que mostraba ante las cámaras y su extraordinario coraje, hicieron que miles de mujeres americanas soñaran con parecerse a ella. Era la chica rubia en el corazón del mundo salvaje, "La bella y la bestia", un cliché que el cine explotó hasta la saciedad en películas como "King-Kong" o "Tarzán". Sin embargo, el valor y la tenacidad de la más glamurosa de las exploradoras no eran ficción.
En todas sus expediciones, Osa Johnson era la encargada de cubrir las espaldas a Martin mientras filmaba los leones o los peligrosos rinocerontes. Cuando se quedaron a vivir cuatro años en su refugio del Lago Paraíso, al norte de Kenia, esta nieta de pioneros del Lejano Oeste creó en pleno desierto un campamento con un confort desconocido en una expedición. Osa salía a cazar a diario para alimentar a sus porteadores, cuidadaba las huertas, hacía pan en un horno de barro, preparaba delicionos menús y supervisaba hasta el más mínimo detalle.
Nadie como Martin supo retratar la belleza y la fuerza de este misterioso continente. Aun hoy, sus imágenes en blanco y negro emocionan, porque muestran un mundo desaparecido. "¡África el día de la Creación!", exclamó Osa Johnson extasiada la primera vez que contempló las manadas de cebras, antílopes, jirafas y elefantes desfilar ante sus ojos. Los Johnson dedicaron toda su vida a retener la grandeza de una naturaleza amenazada. Sus documentales y fotografías son testimonio de una época dorada, en la que un puñado de aventureras románticas encontró su razón de existir.
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